Cuando nos sentamos en un pescante y guiamos a nuestros caballos por caminos de buen piso, el suave traqueteo del coche enseguida nos trasladará a épocas pasadas cuando los carruajes eran, junto con el ferrocarril el medio de transporte más común. Ese trote acompasado de nuestros caballos, ese movimiento regular que nos mece mientras el aire acaricia nuestra cara, eso es la esencia del enganche.
Seguro que en nuestro ADN quedan aún recuerdos heredados de generaciones pasadas que convivieron con el caballo y se desplazaron de ese modo. No hay mayor placer para el cochero que la conducción relajada pero vibrante, que éstas réplicas del siglo XXI, con caballos bien domados pueden proporcionarnos.
En este mundo de petróleo y prisas, eso si es el placer de conducir.